Si bien una pluma blanca despierta cosquillas ligeras y puede esbozar una sonrisa en nuestros labios pálidos o una pluma de fantasía roja en un cuerpo desnudo puede acompañado de besos sensuales generar placer, recordemos que las cosquillas con una pluma de ganso sirve también de suplicio y que podemos morir acosados por una estimulación suave que se mueve a través de una piel satinada.


Las cosquillas nos pueden hacer sonreír e incluso reír y por lo tanto al mismo tiempo sufrir espasmos, sumergidos en un malestar absoluto que consume con tenaza que desgarra, con cepo que paraliza o fórceps que extraen una risa descontrolada, obligando el cuerpo a provocar movimientos involuntarios casi convulsivos, a veces irrigados por lágrimas desbocadas.


Cosquillas con aspecto placentero que se transforman en castigo. Con apariencia inofensiva y por ende ocasionando sensación de picor, roce molesto o turbulencia frenética del cuerpo inerme.
Lo que parece alegría y placer se convierten entonces en punición o angustia, una sanción sometida al desamparo y a la indefensión.


Pluma de “doble filo” somos, haciendo el bien y el mal e hiriendo al inocente sagrado e inviolable que somos, merecedor de veneración especial.


Somos pluma celeste con dimensión divina y mensaje espiritual porque proviene del ángel que despliega sus alas y vuela cerca del cielo, mostrándonos que el mundo es mucho más que aquello que podemos ver, tocar, oler, oír y paladear.


Somos pluma que puede dibujar en nuestro rostro la más bella de las sonrisas cual girasol que abre sus pétalos de color amarillo intenso hacia el sol, la luz orientando su mirada brillante.


Y también somos pluma tenebrosa cuando ensombrecemos y dañamos aun involuntariamente a nuestro templo sacro, originario del paraíso azul añil.


Transformemos cada cosquilleo de pluma en caricia dulce y azucarada que eleve siempre nuestra alma más cerca del manantial de nuestra fuente celestial.


Hagamos que cada pluma sea el lapicero de color que escribe en nuestra piel los versos que iluminan cada uno de nuestros suspiros.

Esther Jiménez Coïa / Junio 2022.

13 de julio de 2022

Publicado en: Los socios escriben

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