El junco de papiro hunde sus raíces en las aguas del Nilo.


El tallo tiene el grosor del brazo de un hombre y su altura se eleva entre tres y seis
metros. Con sus fibras flexibles, las gentes humildes fabricaban cuerdas, esteras,
sandalias y cestas. Los antiguos relatos lo recuerdan: de papiro, embadurnado con
brea y asfalto, era el canastillo donde su madre abandonó al pequeño Moisés a orillas
del Nilo. En el tercer milenio a.C. los egipcios descubrieron que con aquellos juncos
podían fabricar hojas para la escritura, y en el primer milenio ya habían extendido su
hallazgo a los pueblos del Próximo Oriente.


Durante siglos, los hebreos, los griegos y luego los romanos escribieron su literatura en
rollos de papiro. A medida que las sociedades mediterráneas se alfabetizaban y se
volvían más complejas, necesitaban cada vez más papiro y los precios subían al calor
de la demanda. La planta era muy escasa fuera de Egipto y, como el coltán de nuestros
teléfonos inteligentes, se convirtió en un bien estratégico. Llegó a existir un poderoso
mercado que distribuía el papiro en rutas comerciales a través de África, Asia y Europa.
Los reyes de Egipto se apropiaron el monopolio de la manufactura y el comercio de las
(…)


El infinito en un junco
Irene Vallejo
Premio nacional de Ensayo 2020
Ilustración: Carlos Montero

25 de mayo de 2022

Publicado en: Los socios escriben

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