A Ramón Gaya
Si ahora pudiera ve las desnudas montañas de Oliva,
la exangüe luz cayendo entre sus piedras,
a sus pies los naranjos sombríos,
el aire azul en torno de la casa
y al frente el mar, puy pálido.
Estar mi cuerpo allí, sabiéndome aún vivo
y, por ello feliz
o esperanza de serlo.
Escribo en esta tarde, con luz de Madrid que cae en las terrazas,
La tarde en que imagino que estoy allí, en la piedad de Elca,
o escribo para siempre desde la noche inmensa e impura
en que no me sé vivo.
Y desde ahí, tan árido,
porque mi mano, en el espectro del papel, enciende
vagamente palabras espectrales,
dar testimonio inútil
de que estuve en la vida afortunada
y tuve la experiencia de felicidad.
Sólo poque en mis ojos las tardes, sucesivas, se acogieron
Como en las ramas paran los sucesivos pájaros,
Puedo desde este hueco seco
Hacer mover el aire en una tarde incierta,
Ni siquiera extinguida, pues que fue imaginada,
Y así resume todas las tardes de mi vida.
¿Y a mí, quién podría salvarme?
¿Tus ojos, que ahora crean mi tarde inexistente?
Lector, esfuérzate, y enciéndela:
está donde un olor de rosas te llega del camino.
Si existo es porque existes.
Tu repites mi vida, y no la reconozco.
La Tarde Imaginada
Francisco Brines (1932-2021)
Premio Cervantes 2020
Jardín nublado
Ilustración: Jorge Arranz
23 de julio de 2022
Publicado en: Los socios escriben